domingo, 1 de agosto de 2010

5. Erevan, Armenia. 1981

El embajador y el agregado pudieron llegar al lugar solo cuatro días mas tarde, porque en la Unión Soviética no había libertad de tránsito y el ministerio de Defensa se negaba a autorizar el desplazamiento de funcionarios pertenecientes a un gobierno pro-norteamericano como era la Junta Militar argentina. Eran necesarios burocráticos salvoconductos, permisos que se obtenían con una lentitud exasperante, sucesivos controles.
La montañosa Armenia transcaucásica, por otra parte, estaba en los confines del imperio comunista, lindando con el país de los chiítas iraníes y a miles de kilómetros de Moscú.
El comodoro Rodolfo Etchegoyen, agregado aéreo y naval de la embajada argentina en la URSS, vio sobre el terreno pedregoso unos pocos restos diseminados en un área de cincuenta metros. Los cadáveres, irreconocibles por la explosión, y "en uno de los planos un fragmento pintado con la bandera argentina (pero) no se encontró ninguna inscripción, ni su matrícula, ni el nombre de la empresa, y menos la caja negra..." enviará mas tarde al edificio Cóndor un télex con los detalles.
El cuatrimotor Canadair Yukón matrícula LV-JTN de la empresa Transporte Aéreo Rioplatense (TAR) había despegado de Teherán con rumbo a Chipre siguiendo una ruta trazada sobre Turquía, que es miembro de la OTAN aunque sus costas no están bañadas por el Atlántico Norte.


El capitán Cordero, comandante de la aeronave, equivocó el rumbo y se internó en espacio aéreo soviético, aunque ya había recorrido el mismo itinerario en otras oportunidades. Unos minutos después, una escuadrilla de Migs se abalanzó sobre el aparato de nacionalidad argentina, derribándolo unos cincuenta kilómetros al sudeste de Ereván, capital armenia, sobre territorio de la URSS. Fue el 18 de julio de 1981.

El gobierno soviético ha sido siempre generoso en "versiones oficiales" que no guardan ninguna contacto con la realidad. En el accidente, se filtró en principio que había chocado en vuelo con un aparato ruso. Pero no se encontraron vestigios del caza entre los restos. Luego, que había caído envuelto en una repentina turbonada.
TAR era propiedad de brigadieres retirados, y el Canadair transportaba clandestinamente repuestos para tanques de origen norteamericano adquiridos por el derrocado Sha para el ejército de Irán. Estados Unidos había roto relaciones con Jomeini y el fundamentalismo chiíta temía que sus blindados quedaran inservibles por falta de mantenimiento. Oficialmente era imposible obtener esas piezas. La guerra contra Irak, además, era implacable: se arrojaban mutuamente armas bacteriológicas y químicas, sembrando la destrucción y la enfermedad. Las grandes potencias miraban para otro lado, sobre todo porque eran quienes abastecían militarmente a los asiáticos.
Según declaró posteriormente ante el Senado norteamericano el oficial primero del batallón 601 de Inteligencia, Leandro Sánchez Reisse, el intermediario habría sido Héctor Villalón, que trabajaba para la CIA.
El licenciado en administración de empresas Héctor Sánchez Reisse pertenecía al GTE (Grupo de Tareas Exterior) comandado por Raúl Guglielminetti, que había secuestrado, entre otros, al financista argentino Fernando Combal.
La financiera Finsur de Combal había pedido la quiebra de Telenivel, una empresa propiedad de cierto coronel retirado, Diego Emilio Palleros, que había sido golpista colorado en los sesenta, luego interventor del Proceso en SMATA y el gremio gastronómico —donde conoció a Luis Barrionuevo— y ahora se dedicaba al mas remunerado negocio de traficar armas.
La tripulación del avión de TAR estaba integrada por el capitán Cordero, aviador naval retirado, copiloto Hermete Boasso y José Burgueño. Un cuarto tripulante era en apariencia el inglés Alan McCaferty, pero Gran Bretaña nunca reconoció oficialmente su identidad. Comenzaba la operación Irán-contras.

Aunque era un secreto a voces que los militares argentinos colaboraban con la CIA en América Central, la URSS no tuvo empacho en ofrecer, a la misma Junta Militar y a pocos meses del incidente con el avión de TAR, información satelital para neutralizar el apoyo explícito de EE.UU. a la Task Force británica que se dirigía a las Malvinas.
El comodoro transmitió la novedad al edificio Cóndor mientras el embajador Bravo hacía lo propio con la Cancillería. El brigadier Lami Dozo se opuso terminantemente a que se aceptara el ofrecimiento soviético. Es cierto que si se inmiscuía la URSS el conflicto se internacionalizaría, pero de hecho ya participaba la OTAN, y los Estados Unidos, y varios países que habían sancionado a la Argentina por su ocurrencia, en tiempo y lugar equivocados.
Los militares todavía esperaban un gesto amistoso de Reagan, pero éste, que no parecía tener un exacto conocimiento de la ubicación de la Argentina y menos aún de las Malvinas, había optado por tomar el te con Margaret Tatcher a las cinco en punto, en el 10 de Downing Street.
Cuando la Royal Navy desembarcó, la dura realidad se desplomó sobre los estrategas de cartón ensoberbecidos con la represión interna.

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